Qué Triste

Qué Triste

Creo que tenía siete años pero podría ser que tenía ocho, o nueve, o diez. Mis sentimientos eran los mismos. Cruzaba una calle volviendo de la escuela pública en los Estados Unidos donde entonces vivía. No estaba contento, … Recuerdo el calambre frio del temor resonando en mi interior, ecos dolorosos jugando en un profundo espacio vacío debajo de mi corazón.

¿“Porque”, me pregunté, “siempre siento esto”? También me pregunté si siempre seria así. ¿“Porque”, me pregunté, “es que siempre tengo problemas”? “Será que así son todos los niños”.

Era un niño introspectivo y solitario en muchos aspectos. Nos movíamos de apartamento a apartamento, por lo menos cada año. Solo una vez en el exilio de mi niñez recuerdo haber vivido en una casa, …. No obstante mi timidez, de alguna manera siempre tenía suerte consiguiendo amigos, aunque poco tiempo duraban. Recuerdo que cada vez que nos íbamos a mudar, visitaba lugares que en el poquito tiempo que compartí con ellos me llegaron a ser especiales; recuerdo que de ellos me despedía, pero que casi nunca me despedía de las personas que me habían brindado amistad. No sé por qué.

Mi vida era llena de transiciones pero al parecer, en forma irónica, de transiciones permanentes; de altos y bajos que lo hacían difícil saber quién era. Vivía el sindroma del emigrante involuntario, de las víctimas de la diáspora colombiana, del choque de las culturas conocidas del verano con las nuevas impuestas del invierno.

Tenía un padrastro norteamericano pero de descendencia griega y también un padre colombiano, pero este último era virtual habiendo desaparecido en forma misteriosa cuando yo tenía tres años, una persona supuestamente fallecida, una persona que en demasiados aspectos era una creación de mi madre, una mujer demasiadamente creativa con poca confianza en la verdad.

Mi padrastro trabajaba mucho. En ese entonces mi madre aun no trabajaba pero parecía perdida dentro del mundo de sus propios temores. Era una mujer muy buena pero también muy débil; siempre me parecía confundida e insegura. Quizás por eso instigaba mucho que mi padrastro me castigara en vez de hacerlo ella misma y esos castigos siempre eran en forma física. Luego intentaba defenderme pero eso solo me confundía y me alejaba de ella.

Mi padrastro trabajaba hasta tarde y recuerdo el temor que cada noche vivía esperando la hora en la cual él llegaba; .… Sabía que mi madre tendría preparada su lista de quejas y que pronto me sacarían de mi cama y que yo tendría que pagarlas, … Casi todas las noches, por lo menos así parece en mi memoria, aunque lo probable es que no fue en forma tan seguida, …. Pero el temor sí. Siempre estaba, …. Era mi compañero constante.

Han pasado muchos años, muchas décadas. Mucho he vivido y algunas cosas he aprendido. Por mucho tiempo he tratado de comprenderme pero aun no creo conocerme. Sin embargo, si comprendo que mezclado con mucho amor, mucho respeto y mucho agradecimiento, he vivido con mucho resentimiento. No hacia mi padrastro quien administraba su violenta disciplina sino hacia mi madre quien la instigaba.

Extraño.

A él mucho lo he amado aunque no era muy educado o sofisticado; lo amaba aunque era brusco y en sus castigos violento. La amaba aunque en demasiadas cosas no era buen ejemplo. Quizás lo amaba porque me generaba, de alguna manera incomprensible, una fe y un sentido relativo de seguridad dentro de un contexto familiar incoherente.

A mi madre también mucho la he amado, pero en esos tiempos no en una forma tan cálida como hoy, por lo menos mientras estaban juntos, algo que solo duró hasta mis quince años.

Después de esa niñez tan triste llegue a admirarla mucho. Sabía que yo era la luz de su vida y que todo lo sacrificaba para darme una educación sobresaliente. Y que ella, no obstante sus defectos, por medio de la fuerza de su voluntad lo logró.

Hace ya más que dos décadas que su unió con su gran amor, una visión de un dios salvador y me hace mucha falta. Pienso en ella con frecuencia y siempre con mucho amor y mucho cariño. Pero aunque mucho quisiera, no olvido esos años iniciales formativos, los años robados de una infancia tranquila y feliz.

He sido exitoso en mi vida gracias en gran parte a mi madre pero en muy pocos instantes he sido feliz, o amistoso, o tranquilo.

Qué triste.
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© Guillermo Calvo Mahé; Manizales, 2014; todos derechos reservados