28 de julio, 2025, Manizales

La justicia colombiana ha encontrado culpable de delitos penales a quien ha sido el hombre más poderoso del país, el ex presidente Álvaro Uribe Vélez. La decisión me sorprendió porque la justicia en Colombia tradicionalmente ha ignorado abusos del poder por parte de su clase dirigente pero, a la vez, la decisión duele porque, por correcta que sea, muy probable es que nos dividirá aún más como pueblo.
Un víctima de la injusticia tan común en Colombia, mi amigo Luis Fernando Rosas Londoño, un hombre talentoso, inteligente y honrado quien fue injustamente privado de sus derechos políticos y de su libertad, lleva tiempo rogándoles a los dirigentes políticos de nuestros partidos que para sanarnos como pueblo, para realmente lograr la paz, necesitamos una amnistía general, algo que, irónicamente, entiendo fue rechazado por el ex presidente Uribe. Luis Fernando no lo propone por su propio beneficio. Lo hace teniendo en cuenta las personas inocentes que han sido castigados en procesos jurídicos injustos y, a la vez, entendiendo que con tantos pecados por todos lados de nuestra política, se necesita “reformatear nuestro disco duro” e iniciar de nuevo.
No obstante lo anterior, reconozco que aunque el concepto de un perdon general es importante para re-direccionarnos hacia un futuro más civil y más decente, la corrupción, sea política, económica, académica o militar, etcétera, la corrupción que infecta a nuestra sociedad en forma tan profunda se tiene que minimizar, entendiéndose que acabar con ella es improbable, si no imposible; entendiendo que en un sistema político funcional, la violación de responsabilidades públicas tiene que ser el mayor delito con los castigos más serios.
Entonces, en este instante, nos encontramos en una situación, a la vez tan positiva como amarga. Una situación probablemente sin solución. No estoy feliz que el expresidente Uribe se haya encontrado culpable de violar leyes esenciales para el funcionamiento de nuestro sistema legal, pero estoy aún más triste que él nos ha puesto en la situación en la cual nos encontramos, que él ha violado sus más sagrados juramentos. Y me entristece profundamente que, en toda probabilidad, el expresidente Uribe insistirá, o en forma directa o indirecta, que sus seguidores rechacen la decisión en su contra no obstante el impacto que tenga esa reacción con respecto al bienestar popular. Espero que, en forma directa o indirecta, el expresidente Uribe insistirá en que sus seguidores organicen protestas y manifestaciones masivas en las cuales la violencia será probable.
Claro que es posible que si el expresidente es tan noble como creen sus seguidores, pondrá el bienestar de nuestro pueblo por encima de sus intereses personales. Él podría, sin admitir o negar las acusaciones en su contra (que ahora son sentencia), aceptarlas y pedirles a sus seguidores que también acepten la decisión jurídica existente. Y quizás, para minimizar la polarización, si el presidente Gustavo Petro también es tan noble como creen sus seguidores, él podría otorgarle al ex presidente Uribe clemencia en forma de un perdon ejecutivo, no en forma de algún tipo de negocio extrajudicial, pero como una ofrenda de paz para todos los colombianos en la cual, las horribles brechas entre nosotros se puedan realmente empezar a sanar y la desconfianza que nos ha dividido por tanto tiempo impidiendo las reformas esenciales en nuestras políticas públicas que urgentemente necesitamos, se pueda remplazar con un espíritu de colaboración.
No veo lo último probable pero hoy, por medio de nuestras reacciones con respecto a este juicio, se podría crear una oportunidad casi única para reconocer que los colombianos todos somos hermanos, no obstante nuestras diferencias de opinión, y que ya es tiempo que rechacemos el ejemplo mítico de Caín y Abel en favor del ejemplo de ese antiguo nazareno que tantos colombianos supuestamente aman.
Ya pronto veremos que va a ocurrir.
Temo que será lo peor pero, a la vez, aspiro que en eso yo esté equivocado. Yo salí de Colombia, como tantos otros, a los seis años, salí no en forma voluntaria pero por una decisión de mis padres basada en la violencia en la cual se encontraba nuestro país. Pero nunca olvidé que yo era y siempre seré colombiano, y que desde ese país hacia el norte que tanto daño nos ha hecho, me era muy difícil entender cómo, en un pueblo como el nuestro, un pueblo lleno de lo mejor que puede brindar la naturaleza, nos encontrábamos tan infelices el uno contra el otro. Y que muchos de los mejores ciudadanos nuestros, los más educados y los más nobles, huían en un flujo permanente hacia el norte donde eran despreciados e insultados, doctores trabajando como meseros.
Desde lejos era fácil percibir que unidos, aunque con diferencias en temas de creencias y opiniones, seriamos entre los pueblos más exitosos del mundo. En parte, para ayudar a lograr eso, fue que siempre quise volver a mi patria, algo que logré en el 2007, ese año tan especial en el cual nuestro pueblo, en masivas manifestaciones, demostró que estaba harto con nuestros eternos conflictos internos. Al volver, tuve el privilegio de trabajar por una década en la Universidad Autónoma de Manizales con estudiantes de diversas perspectivas políticas, pero unidos en el respeto por sus diferencias mientras dedicados a superarlas para lograr el bienestar común, estudiantes enamorados con su pueblo, estudiantes que ya están ascendiendo las laderas de las responsabilidades políticas y en la gran mayoría de los casos, haciéndolo en forma ética y eficiente. Esos ex estudiantes míos y otros jóvenes que he conocido me hacen pensar que la Colombia que merecemos no solo es posible sino probable, probable si evitamos seguir enmarañados en las mallas del pasado.
Hoy, haremos importantes decisiones, quizás existenciales, como individuos pero también como pueblo. El desastre del juicio en el cual se encuentra el expresidente Uribe no es ocasión para sentirnos o vencedores o vencidos, no es ocasión para ser felices o sentirnos heridos. Es una ocasión excepcional para reflexionar y mirar hacia el futuro, recordando la regla de oro: tratando a los demás como quisiéramos que otros nos trataran. Entonces, como tantas veces decimos en ocasiones más positivas, “que viva Colombia” y “que vivan los colombianos”, … todos.
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© Guillermo Calvo Mahé; Manizales, 2025; todos derechos reservados. Permiso para compartir con atribución.
Guillermo Calvo Mahé es escritor, comentarista, analista político y académico residente en la República de Colombia. Aspira ser poeta y a veces se lo cree. Hasta el 2017 coordinaba los programas de Ciencia Política, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma de Manizales. En la actualidad, participa en entrevistas radiales y televisadas, foros, seminarios y congresos cívicos y edita y publica la revista virtual, The Inannite Review disponible en Substack.com/. Tiene títulos académicos en ciencias políticas (del Citadel, la universidad militar de la Carolina del Sur), derecho (de la St. John’s University en la ciudad de Nueva York), estudios jurídicos internacionales (de la facultad posgrado de derecho de la New York University) y estudios posgrado de lingüística y traducción (del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de la Florida). Sin embargo, también es fascinado por la mitología, la religión, la física, la astronomía y las matemáticas, especialmente en lo relacionado con lo cuántico y la cosmogonía. Puede ser contactado en guillermo.calvo.mahe@gmail.com y gran parte de su escritura está disponible a través de su blog en https://guillermocalvo.com/.